Los repugnantes últimos estertores de Sálvame
El rojo y maricón sigue insistiendo en darles lecciones a todo el mundo a pesar de apalancarse 800 000 euros para no pagar Hacienda y hundir el programa. Ni Adela, que equilibra el balancín, ni la colaboración de Rosa Villacastín o Ferrando han logrado el efecto esperado.
La mesita redonda y esperar a que salgan en la pantalla los personajes para masacrarlos sin piedad dicen muy poco de quien actuaba ante un teatro medio vacío y al que la gente le dio la espalda hace meses.
Lo de volver a la televisión de los 90 es nostálgico y poco eficaz. El tono chulesco, las charlas de taberna y el ponerle motes a la gente, algo que no siempre admite los colaboradores, son los síntomas de que el cadáver pasó a mejor vida y que no va a resucitar.
De la trama de espionaje silencio total, de la connivencia con la policía para las famosas bombas ídem, de las demandas perdidas tres cuartos de lo mismo. No nos extraña que Vázquez esté tan de acuerdo con el presidente del Gobierno porque ambos tienen el mismo modus operandi.
Sin embargo, más que viga en el propio, lo que tienen, ambos, es un futuro incierto que les destina a vivir de las rentas y a convertirse en pasado. O Supervivientes funciona, o tiran de las Mamá Chicho para que le personal gaste luz a precio de oro en ver semejante programación.
Cada vez queda menos tiempo. A ver cuánto aguanta el difunto antes de que comience a apestar.
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